La orden guardiana by Soledad Pereyra

La orden guardiana by Soledad Pereyra

autor:Soledad Pereyra
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2012-10-23T22:05:24+00:00


Capítulo 14

Caterina limpiaba la camisa que había tenido puesta hasta hacía un momento, pero el café que se había derramado no solo era oscuro y espeso, también costaba trabajo quitar su mancha de la ropa. Hizo cara de asco y tiró la prenda en el cesto de la ropa sucia. Luego se puso una blusa limpia y volvió a la cocina, donde había estado bebiendo un café con Azul hasta que se derramó el suyo. Había salido hacía pocos días del hospital y Azul optó por visitarla cuando estuviera repuesta.

—No puedo creerlo —comentó finalmente, cuando pudo sentarse.

—Yo tampoco.

Siguió el silencio.

—Bueno, no es tan grave —replicó la Colorada.

Lo que llevó a Azul a inclinarse sobre la mesa y susurrar:

—Por Dios, te digo que mató a un hombre.

La otra se encogió levemente de hombros.

—Al menos no está desempleado.

Azul puso los ojos en blanco y, acto seguido, fulminó con la mirada a su amiga, reclinándose contra el respaldo.

—No te atrevas a bromear con esto.

—Lo siento. Piensa de este modo —pidió sirviendo un nuevo café—. Su accionar estaba justificado. Estaba trabajando en inteligencia, ¿preferirías que lo hubieran matado a él?

No, claro que no. Pero a la luz del día, algunas cosas habían mejorado y otras seguían siendo parte de un mal sueño.

—Tengo miedo de estar viendo esto de manera muy negativa, pero no te estoy hablando de un trabajo de ladrón, te estoy hablando de...

—Los espías son ladrones de información —acotó su amiga, y por primera vez se ruborizó al hacer expreso lo que pensaba en silencio—. Lo siento, Azul, en verdad lo siento. A veces no mido mis palabras —se disculpó, sinceramente apenada.

—Déjalo. Ahora ya me siento mejor, mi marido es ladrón de información, asesino y al parecer fue muy bueno en eso, porque su contacto lo está buscando nuevamente.

—Me dijiste que lo dejó atrás, y que rechazó la oferta de ese José, o cómo se llame.

—Cambiemos de tema —pidió abatida. Paseó la vista por el desorden reinante en la cocina— ¿Quieres que te ayude a limpiar un poco?

—¿Tanto se nota el desastre?

—Sí —afirmó con honestidad. Se puso de pie y abrió el grifo—. Te lavaré estos cacharros y luego ordenaré la sala. Si quieres podrías acostarte a descansar un poco —propuso.

—Lázaro es un desalmado, no ayuda en nada. Se la pasa mirando televisión y yo estoy embarazada —gruñó masajeándose el cuello—. Ni siquiera me ayuda ocupándose de cocinar o de no dejar su ropa tirada por toda la casa.

—Será porque está acostumbrado a tener un séquito de personas que hagan todo por él —bromeó.

—No me importa: me prometió que me iba a ayudar cuando nos casamos.

—No esperes que los hombres entiendan bien de estas cosas, ya sabes cómo son. Además Lázaro debe estar lúcido para trabajar —le recordó poniendo a escurrir los últimos platos.

—Antes pasaba días sin ir a la oficina, ahora huye cada mañana.

—¿No te tendrá un poco mal el embarazo?

Caterina se encogió de hombros con indiferencia.

—Si así fuera, me tomaría vacaciones.

—No seas gruñona. Yo te estoy ayudando. Cubro tu turno en la librería.



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